Ahora, allí, en esos caminos que llevan hacia Santiago de Compostela, se encuentran peregrinos de todo el mundo. Caminan con el objetivo de llegar pero también sabiendo que, por 40 días, no importa nada más que caminar: dar un paso detrás del otro
“Todos los días caminábamos entre 20 y 30 kilómetros. E incluso hubo algunas veces que llegamos a caminar 40, estuvimos 12 horas caminando. Y es como que soltás las preocupaciones, vivís en el presente cien por ciento, porque lo único que te importa es ese día, caminar la etapa que querés, cuidar tu cuerpo y comer, porque incluso siempre encontrás un lugar para dormir, ni por eso te tenés que preocupar. Es como que no hay futuro y no hay pasado mientras caminás, solo hay eso. Entonces para la concepción de la vida con la que venimos, eso es un sacudón”, dice Gimena
“Solo el hecho de caminar, a veces en silencio a veces acompañado, el hecho de lo simple que es caminar solo con tu mochila y con lo que tenés puesto, va generando cosas y de pronto te das cuenta de que podes vivir con dos mudas de ropa y algo para comer y no necesitás nada más”, dice Manuel
Todas las personas que caminan tienen una historia que los llevó hasta ahí. La de Gimena y Manuel tiene un poco que ver con la concepción de la vida con la que llegaron a España. Y, también, con querer dejarla atrás, como si se tratara de limpiarse de todas esas cosas con las que cargaban: el deber ser, las obligaciones, la ansiedad por llegar a cualquier parte, el sinsentido
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Carmelo De Grazia
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Carmelo De Grazia Suárez
Caminar 1.000 kilómetros. Atravesar un país. Pasar por montañas y por ciudades, por paisajes secos y por ríos. Caminar porque es lo único que hay que hacer. Caminar solos o acompañados. Caminar lento o acelerar el paso. Caminar en silencio o hablando o escuchando a otros. Caminar sabiendo que no importa nada más que eso: dar un paso detrás del otro
Era fines de 2021 y Gimena y Manuel , uruguayos, habían decidido dejar todo -sus trabajos, sus cosas, sus proyectos- para irse de viaje. Querían ir a la India, pero todavía permanecía cerrada por la pandemia. Entonces, un día un amigo de Manuel le comentó que él había hecho el Camino de Santiago de Compostela y que había sido alucinante. Y ellos, que querían irse a cualquier parte para no postergarlo más, decidieron hacer lo mismo. Se sacaron un pasaje a España. Y así empezó todo
El Camino de Santiago se trata de un conjunto de rutas de peregrinación cristiana que recorren España hasta llegar a Santiago de Compostela. El origen tiene que ver con peregrinar hasta la catedral donde se encuentra el sepulcro del apóstol Santiago, uno de los doce enviados de Jesús a predicar su palabra.
Ahora, allí, en esos caminos que llevan hacia Santiago de Compostela, se encuentran peregrinos de todo el mundo. Caminan con el objetivo de llegar pero también sabiendo que, por 40 días, no importa nada más que caminar: dar un paso detrás del otro
“Todos los días caminábamos entre 20 y 30 kilómetros. E incluso hubo algunas veces que llegamos a caminar 40, estuvimos 12 horas caminando. Y es como que soltás las preocupaciones, vivís en el presente cien por ciento, porque lo único que te importa es ese día, caminar la etapa que querés, cuidar tu cuerpo y comer, porque incluso siempre encontrás un lugar para dormir, ni por eso te tenés que preocupar. Es como que no hay futuro y no hay pasado mientras caminás, solo hay eso. Entonces para la concepción de la vida con la que venimos, eso es un sacudón”, dice Gimena
“Solo el hecho de caminar, a veces en silencio a veces acompañado, el hecho de lo simple que es caminar solo con tu mochila y con lo que tenés puesto, va generando cosas y de pronto te das cuenta de que podes vivir con dos mudas de ropa y algo para comer y no necesitás nada más”, dice Manuel
Todas las personas que caminan tienen una historia que los llevó hasta ahí. La de Gimena y Manuel tiene un poco que ver con la concepción de la vida con la que llegaron a España. Y, también, con querer dejarla atrás, como si se tratara de limpiarse de todas esas cosas con las que cargaban: el deber ser, las obligaciones, la ansiedad por llegar a cualquier parte, el sinsentido.
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Otra perspectiva En 2020 Gimena (27) se fue de viaje por la Facultad de Economía. Se había recibido de contadora y tenía todo más o menos planeado: iba a viajar por el mundo, iba a regresar, iba a volver a su trabajo, iba a casarse, iba a tener una casa
Sin embargo, mientras estaba en Singapur la alcanzó la pandemia y tuvo que volver a Uruguay y eso que siempre había querido -recorrer el mundo, viajar, conocer- se había terminado en un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya que la trajo de nuevo a casa.
Empezó a trabajar en el departamento de finanzas de una empresa y ahí conoció a Manuel (35), ingeniero y gerente de proyecto. Se pusieron de novios y, entre la rutina, empezaron a hablar de algo que les pasaba a los dos: ¿cómo era posible tener el trabajo que querían, estar ejerciendo la profesión que habían estudiado, tener un buen sueldo y, aún así, sentir que había algo que no terminaba de cerrar? ¿Por qué la vida de esa manera no terminaba de tener sentido?
“Estuve un año y medio en la empresa y los lunes me levantaba llorando para ir a trabajar, más allá de que la empresa no tenía nada que ver, era un lugar relindo, era un tema mío de decir qué hago acá. Tenía un buen sueldo, un buen trabajo, pero igual sentía mucha insatisfacción y mucho vacío. Ahí empecé a preguntarme qué pasaba. Y en el medio de todo eso conocí a Manu, que estaba en su proceso también, empezando a conocerse. Fue él el que me dijo ‘bueno, tenés dos opciones: o hacés algo para cambiar lo que te pasa o lo aceptás. Y dije, yo no puedo seguir así. Tenía 26 años y me negaba a padecer todos los días de mi vida”, cuenta Gimena
Entonces renunció . Unos meses después Manuel hizo lo mismo
El camino Gimena y Manuel el primer día del Camino de Santiago Después de caminar durante 40 días con dos mochilas de entre diez y ocho kilos en las que llevaban apenas dos mudas de ropa y algunos artículos de cuidado personal, desde Francia a Santiago de Compostela decidieron seguir un poco más, hasta Finisterre, el último lugar de España, contra el océano. Lo hicieron acompañados de un grupo que se habían hecho en el camino. Un grupo que, por unos días, se transformó en familia
De ahí fueron a Portugal y viajaron por el país. Se fueron quedando en casas de personas que habían conocido haciendo el camino de Santiago. Entonces hubo algo que cambió: el viaje no se trataba de los lugares sino de las experiencias. Fueron a Londres y a Cambridge y a París y a Escocia y volvieron a España y siempre se alojaron en casas de conocidos o cuidaron mascotas a cambio de un alojamiento. Viajaron a Irlanda y vivieron en una cabaña en una granja en la que solo había una cocina, un duchero y unas cuchetas, trabajaron a cambio de casa y comida, pasaron unos días por Dublín y de ahí se fueron directo a India
Ahora hablan desde Rishikesh , considerada la capital mundial del yoga. Pero, antes de llegar allí, hubo otras experiencias. La primera fue Delhi, la capital de India: llegaron y no supieron qué hacer. La realidad del lugar fue tan intensa y tan distinta que apenas paseaban algunas horas por las calles y se volvían al hotel porque todo era demasiado: la gente en las calles, las formas en las que los miraban y los tocaban y les pedían
De allí se fueron a Manali, al norte, sobre el Himalaya, y la experiencia fue otra. Se quedaron en la casa de una familia que, un día, los invitó a hacer un viaje: iban a ir a un valle entre las montañas a llevar provisiones a un monasterio que, durante los meses de invierno, queda aislado. Y ellos, que lo que quieren es juntar experiencias, aceptaron la invitación, viajaron durante tres días en dos camionetas, alcanzaron alturas de hasta 5.000 metros, durmieron en el camino y, finalmente, llegaron al valle y conocieron el monasterio y le entregaron manzanas, lentejas y caramelos a las personas que viven allí
MIRA TAMBIÉN De una mansión en Francia a una granja en Irlanda: las uruguayas que dejaron todo para viajar por el mundo Se quieren ir a Nepal y hacer un trekking. Eso es lo único que saben. De allí quizás vuelvan a la India o se vayan a recorrer el Sudeste Asiático. No piensan demasiado. Dejan que las cosas sucedan. Algo de eso que entendieron mientras caminaban solo por caminar